Interviste

Intervista su “Abc” (Spagna)

Europa se siente culpable de los errores que nuestra cultura ha cometido di JUAN MANUEL DE PRADA

“Abc”, Lunes, 2 de mayo de 2005

ROMA. Catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Pisa, este toscano de mirada penetrante y ademanes circunspectos sucumbió a la tentación política hace menos de diez años. Marcello Pera es el presidente del Senado italiano desde 2001. Autor de muy diversos libros -como una aproximación al pensamiento de Popper o un ensayo sobre el método inductivo en Kant y Hume-, publicó hace apenas unos meses «Senza radici»(Mondadori), un compendioso volumen en colaboración con el entonces cardenal Ratzinger, en el que se analizan algunos de los males más acuciantes que corrompen Europa. Marcello Pera recibe a ABC en una sala noble del Palacio del Senado, donde se firmara la Constitución italiana.

Quizá convendría que explicásemos al lector español cómo surgió la idea de este libro.

De una conversación que mantuve con el cardenal Ratzinger. Fui invitado a pronunciar una conferencia en la Universidad Pontificia de Roma y me dirigí a él, porque lo conocía a través de sus escritos, pero no personalmente, y lo invité a hacer lo mismo en el Senado. Aceptó y arreglamos nuestras agendas. Pronuncié mi conferencia el 12 de mayo de 2004 y, al día siguiente, el cardenal Ratzinger fue al Senado y pronunció la suya. Descubrimos de inmediato que ambos teníamos muy similares visiones e ideas, así que continuamos nuestras conversaciones y encuentros, hasta que concebimos la idea de publicar nuestras conferencias, añadiendo otros materiales, a los que dimos forma epistolar.

¿Qué fue lo que más le llamó la atención en el cardenal Ratzinger?

En su trato conmigo, el entonces cardenal demostró ser una persona sumamente agradable, gentil, tímida, pero al mismo tiempo dulce; y enseguida descubrí que tenía un enorme carisma, una fuerte personalidad. Bastaba mirar a sus ojos para percibirlo. Frente a los clichés que se han arrojado contra él, he de decir que el nuevo Papa es una persona de mente muy abierta y receptiva, que entiende perfectamente el mundo actual y muestra una gran curiosidad por la cultura contemporánea.

En «Senza radici» disecciona el relativismo que atenaza Europa. Una de las primeras consecuencias de este pensamiento débil es su incapacidad para proclamar la superioridad de nuestra cultura sobre otras.

Antes de llegar a proclamar esta superioridad, existe una cuestión previa: primero debemos establecer el valor intrínseco de nuestra cultura, que ha inventado ideas universales. El liberalismo, la separación entre la sociedad civil y el Estado o entre la Iglesia y el Estado, el Estado de Derecho, la democracia, las declaraciones -que recuerdo que denominamos «universales»- de derechos… Éstas y otras son criaturas típicas, originarias y propias de Occidente. Tenemos que ser conscientes del valor de estas ideas que hemos desarrollado a lo largo de los siglos. Europa ha perdido la capacidad para evaluar la importancia de estas aportaciones; y, si pierde la capacidad para valorarlas, no puede considerarlas en comparación con otras. O bien, se decide que todas las culturas son iguales, que tienen el mismo valor ético. Y esto es falso: no todas las culturas tienen el mismo valor ético. Los relativistas, ante las culturas que rechazan nuestras instituciones, probadamente beneficiosas para el desarrollo moral, político o económico de los pueblos, no aceptan que nuestra cultura sea mejor, ni siquiera preferible; en todo caso, pueden decir educadamente que se trata de culturas «diversas». La democracia es mejor que la teocracia; una constitución, mejor que la sharia; una decisión parlamentaria, mejor que una sura; una sentencia judicial, mejor que una fatwa.

¿Cómo explica el sentimiento de culpabilidad o incluso de inferioridad que ha germinado en Europa?

Esta es una contradicción del relativismo. Porque al mismo tiempo que proclama que todas las culturas son iguales, se siente culpable de los errores que nuestra cultura ha cometido, de la situación existente en otros países, donde hay gente que se muere de hambre… Pero subyace una contradicción. ¿Por qué hemos de sentirnos culpables de lo que ocurre en un mundo que escapa a nuestro control? Nosotros hemos inventado el concepto de libertad, de democracia; hemos ahondado en la ciencia y la tecnología… valores universales que tienden a expandirse y que, si hay países en donde no se han desarrollado, es porque han preferido no aceptarlos.

¿No cree que en la filosofía de la omisión que caracteriza el pensamiento débil subyace el sentimiento de inferioridad? Los europeos, ante fenómenos como el terrorismo, diríase que prefiriesen no hacer nada…

Si no eres consciente de los valores, de la dignidad y de la importancia de tu propia cultura, entonces no sientes la necesidad de defenderla. Y cuando eres atacado por el fundamentalismo y el terrorismo, no tendrás argumentos para defenderte. Surge entonces en el relativista esta pregunta terrible: «¿Por qué he de defender mi cultura, si no es mejor que cualquier otra?». Este relativismo imperante, de consecuencias tan nefastas, llega a considerar la exportación de la democracia como la «imposición» de una forma de vida sobre otra forma de vida igualmente legítima, digna, respetable, por lo cual la operación se considera violenta. En Europa cunde la idea de que el terrorismo es una guerra reactiva y no agresiva. Y que, por tanto, bastará que seamos condescendientes con nuestros enemigos, con que cesemos en nuestra agresión, para conjurar su amenaza.

En «Senza radici» dedica palabras muy fuertes a intelectuales como Chomsky o Saramago, que, procedentes de la izquierda, se han convertido en paladines del relativismo, mostrándose comprensivos con ciertas acciones terroristas…

Estos intelectuales parten de la consideración de que Occidente es culpable. Y, por tanto, todo lo que ocurra en el mundo es culpa nuestra. Pero la atmósfera cultural está cambiando. El relativismo está decayendo, no sólo porque se hayan desvelado sus errores filosóficos, sino por sus nefastas consecuencias políticas.

Y, sin embargo, este relativismo ha encontrado cobijo entre la izquierda intelectual.

Se trata de una extraña paradoja, porque la izquierda nunca había sido relativista, sino que se había caracterizado por sus ideas muy fuertes y rígidas. La izquierda poseía una filosofía propia de la historia, del progreso, de la naturaleza. Pero sí, es cierto que se ha producido un extraño maridaje entre la izquierda occidental y el relativismo, un fenómeno digno de estudio.

En un contexto como el que pinta, la verdad se convierte en un concepto fundamentalista. Nadie puede afirmar que algo sea verdad.

Cuando alguien afirma la verdad de un objetivo, de una tesis, de una teoría, el relativista lo tacha de arrogante y dogmático. Esto es un gran error filosófico. Si no tienes una idea cierta de cuál es la verdad, es porque no te respetas a ti mismo, ni respetas las ideas en las que crees. Quizá la verdad no exista como posesión, pero sí como idea de trabajo a la cual nos acercamos gracias a la investigación -en el caso de un científico-, del progreso -si eres un político-, del esfuerzo -si eres un empresario-…

¿Cree que enunciar que nuestra cultura es superior a otras formas de cultura es una verdad?

Puede ser una verdad, en efecto. Pues, gracias a nuestra cultura, durante los últimos cinco siglos hemos desarrollado la ciencia, el liberalismo, la democracia, la igualdad y la libertad. Estas ideas han probado ser mejores que otras por sus consecuencias: la gente vive en mejores condiciones en nuestro ámbito cultural, disfruta de derechos más amplios, etcétera. En este sentido, las consecuencias políticas, sociales, económicas de estas ideas que se han desarrollado en nuestra cultura son mejores que las consecuencias de otras ideas. Pero ¿cuál es la fuente de la que emanan estas ideas? ¿El relativismo? No, la mayoría, si no todas, proceden de la tradición cristiana.

Sin embargo, Europa pretende enterrar esta tradición, renegando de sus orígenes cristianos.

Es cierto, pero nunca podrán hacerlo, por mucho que se esfuercen. No si eres un creyente, porque estas ideas serán para ti mandamientos divinos. Si no eres un creyente, justificarás dichas ideas en diferentes términos, pero tendrás que reconocer que proceden de la tradición cristiana. El concepto de dignidad humana procede del mensaje del Dios que se hace hombre. Nuestra actitud de tolerancia y respeto al prójimo, no importa cuál sea su raza o condición, es tributaria de esta revolución cristiana. Y, querámoslo o no, la separación entre Iglesia y Estado no puede entenderse sin aquella formulación que distingue entre lo que es de Dios y lo que es del César.

¿No cree que existe en Europa una hostilidad visceral contra la dimensión pública del cristianismo?

Basta que te confieses cristiano para que se te considere pasado de moda. Porque la cultura europea ha perdido la idea de sus orígenes, de lo que es su esencia. ¿Cuál es el concepto en el que se funda la democracia? La dignidad de la persona; de ahí emanan todos los logros democráticos: la igualdad, la libertad, la tolerancia… Pero ¿de dónde procede ese concepto, sino de la tradición cristiana? Cuando se pierde la noción de los orígenes, surge un sentimiento de vergüenza de profesar la fe cristiana.

Llegados a este punto, hemos de aclarar a los lectores que usted no es creyente. Pero en «Senza radici» postula una «religión civil no confesional». ¿Podría explicar el concepto?

Postulo una religión civil que sepa trasfundir sus valores en esa larga cadena que va desde el individuo a la sociedad civil, pasando por la familia, los grupos y asociaciones, sin afectar los programas de Gobierno, partidos políticos y, por supuesto, sin tocar la separación entre Iglesia y Estado. Por la sencilla razón de que las ideas que admiro proceden de la tradición cristiana: dignidad de la persona, derechos humanos, igualdad… Aunque no sea creyente, acepto las consecuencias de estas ideas e intento justificarlas en términos históricos.

Quizá sea esta asunción de valores cristianos desde el agnosticismo lo que le impulsa a defender la idea cristiana de familia…

La idea de familia, que en estos días está siendo muy discutida en España, es una idea natural y biológica, una idea social y política, una idea cultural, sistematizada por el derecho romano, una idea a la que se añaden connotaciones religiosas. Se pueden soslayar los aspectos religiosos de la familia, pero es una inconsciencia soslayar los otros aspectos. La familia es un fenómeno natural; aunque no seas creyente, no puedes admitir la destrucción de un concepto tradicional de familia. El concepto de familia preexiste a una tradición cristiana.

Una de las principales diferencias de Europa con EE.UU. es que allí existe un reconocimiento implícito de ideas religiosas y morales en su ley.

Existe una diferencia fundamental. En América, la separación estricta y rigurosa entre la Iglesia y el Estado existe desde sus mismos comienzos, pero esto no implica la separación entre la política y la religión, porque la religión se ha desarrollado en la sociedad civil y se ha convertido en parte de la política. En la Europa relativista nos hallamos no sólo con la separación entre Iglesia y Estado, sino también entre religión y política; estas dos separaciones no son lo mismo. Recordemos la famosa y fantástica definición de América aportada por Chesterton: «América es una nación con el alma de una iglesia». De ahí que yo reivindique la necesidad de una «religión civil» que asuma un legado de valores fundamentales y les otorgue aliento político.

Debo entender que no es usted demasiado partidario del Tratado Constitucional europeo…

Para hacer una Constitución es necesario tener confianza en los principios que la inspiran y en tu identidad. Detecto que Europa no confía en sus principios. Si tus ideas, principios e identidad no están claros para ti, es muy difícil plasmarlos en una Constitución, que es un espejo donde se demuestra cómo eres y lo que deseas ser. Europa piensa que todas las culturas son equivalentes, se niega a juzgarlas, considera que aceptar la propia sea un acto de hegemonía, un gesto de intolerancia, una actitud antidemocrática, poco respetuosa de los pueblos y las personas. En un contexto así, la mención al cristianismo se hacía ina-ceptable, sospechosa de arrogancia. Quienes creemos que esta Constitución no es la mejor posible aún tenemos otra oportunidad: soy más bien pesimista sobre la ratificación en Holanda o Gran Bretaña. Hubiese preferido otro texto: dejando aparte los valores culturales, hablando de estricta eficiencia política, esta Constitución no es la mejor posible.

Como sin duda sabe, nuestro presidente, Rodríguez Zapatero, es uno de los campeones del relativismo…

Lo sé, y estoy verdaderamente atónito ante su actitud, considerando la historia de España. Reconocer los derechos de los homosexuales es irreprochable, por el mero hecho de que son personas y poseen una inalienable dignidad. Pero el matrimonio es diferente, tiene otro objetivo: cuando un hombre le dice a una mujer «te quiero» significa algo distinto que cuando dos hombres o dos mujeres se lo dicen entre sí. Se pueden respetar los hábitos y preferencias, pero si me pregunta sobre límites morales, sí, considero que existen unos límites morales. Además, en este caso, esos límites no son solamente morales, son naturales.

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